Perras
Sasha y Kira son protagonistas de esta historia.
¿Dónde está la niña Danna Guadalupe Vera? Madre e hija eran señaladas por dos desapariciones que se presentaron en Bogotá y Armenia; y en el trámite, las historias de dos perras, Kira y Sasha, se entrelazaron. Ambos casos, el de una abuela y una bebé, se unen y son evidencia de las fallas que presentan el sistema judicial en Colombia y los procesos investigativos de instituciones como la Policía Nacional, lo que pone en riesgo a la ciudadanía. Tal quietud, en ambos casos, fomentó que por lo menos una de las implicadas cometiera otros graves delitos.
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En la noche salí hacia Bogotá. Abordé un taxi desde el barrio Bosques de Pinares, en el sur de la ciudad, rumbo a la Terminal de Transportes de Armenia, mole de cemento que descansa sobre el terreno que antes ocupó el cementerio San Sebastián. Su arquitectura impresionaba, pero eso no importó en su momento, pues hasta a los campos santos les llega la hora de la muerte, y aquella construcción fue hecha polvo por la modernidad.
Debía seguir los pasos de una niña perdida en una ciudad de más de siete millones de habitantes. El viaje fue en la noche, y en la madrugada arribé a la capital; después de dejar atrás el moderno túnel de La Línea, luego de seis horas del zumbido de la velocidad, llegué a esa gigante dormida.
Después de salir del verde de Armenia, donde las montañas son tupidas por árboles, al llegar a Bogotá siempre me ha impresionado ver montañas tapizadas de casas, colonias rojizas, frías como un páramo, que forman laberintos que se tragarían a cualquier hombre.
Un café en la terminal, una espera de dos horas y el viaje en la ruta hacia Usme. Bus viejo, marcha lenta, tráfico pesado; un Ford Mustang choca con un Renault 4; el conductor del fierro se baja rápido y el de la tartana, furioso. El bus sigue su marcha lenta y me comienzo a sumergir en una de esas montañas de polvo sanguíneo.
Por encrucijadas laborales, me había convertido en cercano a un grupo de abogados, tres en total; me había involucrado en el proceso de investigación de la desaparición de una dama, y al recoger las migajas arrojadas por el camino, habíamos llegado a otro caso; por esa razón estaba en Bogotá: tal vez dándole luces a un hecho el otro sería iluminado.
El caso de la dama es recordado en Armenia. La misteriosa desaparición de la señora Betty Vallejo había llamado el interés de la prensa, y en su búsqueda se había posicionado el hashtag Betty somos todos. Se pegaron afiches, se repartieron volantes. John Jairo Rincón Cardona, a quien le dicen Mesías, remoquete heredado de su padre, fue quien me vinculó al proceso, pues quería ayudar a las dos hijas de la dama desaparecida en la búsqueda.
El abogado estuvo cerca de cinco años en prisión, tras verse involucrado en la investigación de un caso de corrupción cuando fue concejal de la ciudad; sin pruebas, pero al ser señalado por testigos, fue declarado culpable. Un acuerdo le hubiera permitido salir rápidamente de prisión, pero en el encierro defendió su inocencia durante esos largos años y hoy libra una batalla contra el Estado.
Cuando terminaba su condena, le fue negado el permiso para asistir al entierro de su señora madre, que lo había criado entre penurias en el barrio Santander. Tras un infarto, le sobrevino la muerte: él sabe lo que es perder a la madre y sentir el peso de la angustia; de allí que no pudiera negarse a tomar el caso, de comenzar a buscar una aguja en un pajar.
—Ellas son Claudia y Sorayda, su señora madre está desaparecida –me dijo.
Y si él no podía negarse, mucho menos yo, pues el periodismo siempre está allí, esperando agazapado, con sus ojos saltones y una libreta en sus manos, tomando apuntes. Viví el terremoto de Armenia, vi la muerte de cerca, vi caer mi casa en céntrico barrio San José; nos resguardamos en una escuela; después, en un lote de un amigo, levanté una casa improvisada con guaduas cortadas en una cañada, tejas bajadas de la escuela Ciudad Milagro, que estaba al borde del colapso, y la esterilla que compró mi madre.
Pasaron dos años; nos dieron un subsidio de vivienda para damnificados, y nos trasteamos a una ghetto donde tuvimos que acostumbrarnos al zumbido de las balas y de los machetes y a ver las coreográficas peleas de los bailaos con pataecabra; como una mosca en leche, aquel era un enclave estrato uno entre los estratos altos del norte de la ciudad, ubicado sobre el terreno que algún día ocuparon los cafetales de la finca La Mariela, cuya antigua casona, arriba en la loma, amenazaba con caer. Mientras, soportando el frío de aquel rincón olvidado, estudiaba una carrera sin matemáticas, mi madre se esforzaba, sacrificándose sin descanso. Por esa razón, por conocer el verdadero valor de una madre, sin pensarlo dos veces, me sumergí en ese pajar.
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Desde el 8 de septiembre de 2020 no se supo nada de Betty Vallejo (58 años). Sus hijas comenzaron las indagaciones, la llamaban al celular y el operador les respondía “sistema correo de voz”; sus dos inquilinas, a las que les había arrendado la planta baja de su casa en el barrio Los Quindos, en el sur de Armenia, dijeron que ella había actuado de forma extraña, que una noche les había regalado algunas de sus pertenencias y se había ido a quién sabe dónde. Insistieron en que no sabían nada más.
Desesperadas, se lograron reunir con Rincón, quien por esos días trabajaba con los también abogados Jéfferson Posada y Eduardo Arias, que sin más motivación que desvelar la verdad sobre ese misterio asumieron el caso ad honorem, poniendo lo que tenían en sus manos para dar con el paradero de la mujer.
Iniciaron una campaña mediática para que el caso se convirtiera en una causa común, visitando los medios de comunicación y despertando la solidaridad en el Quindío, donde, además, por grupos de Whatsapp y por redes sociales, se formaron, eslabón por eslabón, las cadenas de búsqueda de información que permitiera hallarla.
Bombardearon las redes sociales; en busca de información, se conectaron con las altas esferas, visitando elegantes oficinas, y con el bajo mundo, caminando por callejones, por ollas, invasiones, por ese territorio perdido en el que no hay ni Dios ni ley; también usaron sus nexos con las autoridades, sus amistades, las redes que los juristas, como arañas pacientes, tienen que ir tejiendo para atrapar a la justicia, que como una mosca tiene un destino indescifrable, que bien puede llevarla a posarse sobre el más exquisito manjar o sobre la más pútrida basura, y para que esta vuele en busca de la verdad solo hay que acercarse con el deseo de atraparla, pero esta es ágil y en un gran número de casos esquiva. Solo así el caso pasó a la primera línea, ocupó a los periodistas y movió a la opinión pública, que exigía resultados.
En ese momento, los investigadores de la Policía Nacional y de la Fiscalía General de la Nación trabajaban las 24 horas del día. Digo en ese momento porque, aunque desde que se conoció el caso las inquilinas se habían convertido en las principales sospechosas, estas pudieron abandonar la casa sin dejar rastro y su paradero era desconocido.
Cuando las hijas de Betty, el 9 de septiembre de 2020 fueron hasta la casa de su madre para percatarse de qué sucedía, al tocar la puerta no recibieron respuesta. Entonces decidieron preguntarles a las inquilinas del primer piso y se sorprendieron al ver que Rosalba Marín (52 años) las atendió vestida con un pijama que pertenecía a su madre. Eran prendas nuevas que hacía muy poco había pedido por catálogo.
Las hijas ingresaron a la casa, y al pasar por la cocina, vieron que Rosalba estaba cocinando en las ollas de su madre. “Para que no vayan a pensar mal, eso también me lo regaló”, dijo. Procedió a sacar los elementos de la casa. Al hablarles no las miraba fijamente, evadía sus ojos. «Me están acusando de ladrona, delincuente; esto me lo había prestado ella, pues ya mismo se lo voy a devolver. De ladrona, delincuente, de asesina, de yo no sé qué más; entonces prueben, problema de ustedes». Ellas no encontraron lógica en nada de lo dicho por la mujer, menos cuando mencionó que Betty había llorado toda la noche anterior y que le había dicho a Marisela que se veía obligada a irse, por temor a unos hombres con los que tenía una deuda, y que después las buscaría para recoger lo de los arriendos.
Al sentirse presionada por las hijas de Betty, Rosalba les manifestó que se podían llevar las pertenencias porque no quería meterse en ningún problema, y les dijo que ella era “muy de malas”, pues en Bogotá la habían acusado de la desaparición de una niña. No apareció un televisor Samsung, y en una pesquisa de la Policía en el piso que ocupaban Rosalba y Marisela, fue encontrado el celular que pertenecía a Betty, el cual dijeron que se lo habían comprado. Aun ante estos hechos, incluido el hallazgo de algunos rastros de sangre, las autoridades no podían detenerlas, pues no había una denuncia formal por el robo del teléfono.
Cuando nos involucramos en el caso, las mujeres, Rosalba y su hija Maricela Ruiz, se habían ido con rumbo desconocido. Mientras tanto, las hijas de Betty pasaban noches de insomnio, se reunían con las autoridades; preguntaban no solo por indicios que les permitiera dar con el paradero de su madre, sino también con el de las principales sospechosas.
Pero el silencio imperaba, y entre lágrimas, ellas se vieron obligadas a salir adelante, a no bajar la guardia, a seguir creyendo en esa justicia que cojeaba en medio de la que se había convertido en una verdadera carrera contra el tiempo, pues entre más pasaba este, las esperanzas de encontrar a su madre con vida se desvanecían.
Tocaron todas las puertas, y centraron todas sus ilusiones en lo que pudieran hacer los abogados. Arias asumió gran parte de las cargas económicas, mientras que Posada y Rincón, que también invertían de su peculio, movían sus influencias. Yo ayudaba con la grabación y la edición de videos, toma de fotografías, generación de contenido y acompañamiento a los medios de comunicación.
“¿Por qué las dejaron ir?” era una pregunta que siempre se hacían. El 24 de septiembre de 2020, cuando la dama completaba 16 días desde su desaparición, después de una entrevista en la emisora de La Voz de Armenia, habíamos acordado en la tarde ir a la casa para atender a algunos medios de comunicación. Sobre las 3 p. m. estábamos allí. Los vecinos especulaban sobre su suerte, y la gran mayoría pensaba que había perdido la razón y que seguramente se encontraba en situación de calle en alguna población cercana.
Sin embargo, el voz a voz corría por toda la región y no habían recibido información certera, solo pistas falsas: que la habían visto deambulando por las calles de Cartago, que creían que estaba en Alcalá, que podría deambular por Sevilla. Recorrieron hospitales, morgues, llamaron a centros hospitalarios de toda la región, en convites rastrillaron las cañadas, y mientras la esperanza disminuía, la incertidumbre crecía.
Al abrir la puerta del primer piso de la casa, salió un intenso olor a mortecina. El momento fue tenso, sus hijas gritaron desconsoladas; tomaron fuerza e ingresaron a la vivienda que estaba desocupada, solo con dos viejas poltronas de color negro en la sala y algunos viejos objetos tirados por todo lado, en especial en un pequeño cuarto, como un baño en obra negra. Buscamos en todas las habitaciones, en el patio. Con linternas observamos detenidamente los pisos de las habitaciones, para ver si habían sido removidos, pues creció la sospecha de que la dama podría estar enterrada allí mismo.
En el baño sin terminar, el piso parecía húmedo, como recién hecho. Un vecino llevó un mazo y el exesposo de una de las hijas de Betty comenzó a destruir la superficie. Ingeniero civil, sabía que quitando la capa superior fácilmente sabría si realmente era reciente; pero después de unos diez minutos de trabajo, comprobó que aquel cemento tenía ya un tiempo considerable de haber sido vaciado y concluyó que había sido construido mucho antes de la desaparición de la dama.
Comprobado esto, la tranquilidad retornó a los familiares; pero el olor a muerte persistía. Diseminadas por la casa, en algunos rincones, en el lavamanos y en un bote de basura, las inquilinas habían dejado patas y entrañas de pollos, las cuales habían iniciado su proceso de descomposición, y la conclusión inicial fue que ese era el origen de aquel penetrante olor.
Llamaron a los investigadores de la Policía Nacional, que no tardaron en llegar, y al olfatear la casa dijeron que si hubiera alguien enterrado allí no soportarían el olor, y ese no era el caso. El patrullero Arturo Velasco tranquilizó a los familiares y les dijo que no se preocuparan, pues ellos avanzarían con el proceso investigativo que los condujera a la resolución del caso.
Pasado el trance, llegaron algunos representantes de un medio de comunicación. Valeria Machado, de Quindío Noticias, y los abogados, en compañía de Claudia Cubides Vallejo, la administradora de empresas, y Sorayda Cubides Vallejo, la maestra, hijas de Betty Vallejo Reyes, hicieron un recorrido por la casa, iniciando por la segunda planta, lugar en que vivía Betty, donde Claudia había notado que se presentaban serias inconsistencias, como la manera en que la cama estaba tendida, pues no era la forma en que lo hacía su madre. Esto lo que lo único que hacía era aumentar las sospechas hacía las inquilinas, que eran las únicas que, a través de una puerta interna, podrían haber tenido acceso a la planta alta de la vivienda.
La disposición de algunos de los elementos no coincidía con la que regularmente utilizaba la desaparecida. La cama estaba tendida con una sábana, no con una colcha, como ella acostumbraba; allí había un misterio encerrado, pero con las sospechosas lejos, los envolvía las dudas, una incertidumbre que no los dejaba en paz.
Ese día se comenzó a hablar con mayor fuerza sobre el tema escabroso que Rosalba había puesto sobre la mesa: las mismas mujeres que habían logrado huir, primero Rosalba Marín, y días más tarde Maricela Ruiz, habían sido señaladas en Bogotá por la desaparición de una niña de 19 meses, proceso del que habían salido impunes ante la quietud de las autoridades. El 5 de octubre de 2020, ante la necesidad de hablar con la madre de la niña, preparé el viaje a la capital.
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La localidad de Usme limita con las localidades de San Cristóbal, Rafael Uribe y Tunjuelito, al norte; con Sumapaz, al sur; con los municipios de Ubaque y Chipaque, al oriente; y con la localidad de Ciudad Bolívar y el municipio de Pasca, al occidente. Allí se encuentra el barrio Monteblanco. Este está localizado muy cerca de caños y del relleno de Doña Juana, principal obra de ingeniería que tiene Bogotá para la disposición final de los desechos, y donde fácilmente podrían esconder un cuerpo.
El paisaje impacta, dominado por una montaña salpicada por rocas gigantes que se asemejan a huevos prehistóricos. Algunos de sus tramos han sido convertidos en potreros en los que pastan las vacas. Descendí del bus en una de las grises avenidas y según me había indicado el conductor debería subir unas cuadras a la derecha y después descender otras tantas. Llamé a Andrea Vera, madre de la niña Danna Guadalupe, con quien había conversado desde Armenia el día anterior.
En ese lugar, desconocido para mí, todo un laberinto, me sentí perdido y acordamos que preguntaría hasta encontrar la parroquia Cristo Misionero, ubicada frente a la institución educativa Luis Eduardo Mora-Osejo, nombrada en honor a un botánico al que quizás poco le hubiera gustado ver esas montañas despobladas, casi desérticas, que coronan el paisaje.
Está al lado de un parquecito. Dos obreros pasaron por mi lado, uno llevaba puesta una camiseta amarilla manga larga de fútbol marcada con el número 10 y balanceaba en su mano derecha una botella de gaseosa litro con lo que parecía ser, por su color rosado, jugo de guayaba. Mientras ellos se alejaban, al fondo, de frente a los hombres, comencé a ver a una mujer que empujaba un coche de bebé, que jalaba hacia atrás para que la parte delantera se levantara y poder esquivar todos los obstáculos.
La basura en la esquina rodea la base de un árbol ladeado, como aquellos que se encuentran a los bordes de los precipicios; un perro merodea, el sonido de una moto se entrelaza con los ladridos de los caninos. Comienzo a escuchar los pasos de la mujer y el rodar del coche. “Hola”, dice. “¿Eres Andrea?”, pregunto. Responde “sí, señor” y sonríe amablemente. Acerca el coche y veo el rostro de Rosa Angélica Sandoval Vera (4 meses), su hija menor.
Comenzamos un nuevo descenso por esos laberintos. La mañana es gris, un tanto azulada; nos paramos en una esquina y me muestra una pendiente: “La casa verde y amarilla de la mitad es donde vivía cuando Danna desapareció el 1 de diciembre de 2018, ya hace casi 2 años”, dijo. En ese entonces la bebé tenía 19 meses y había pasado uno desde que había dado sus primeros pasos. Comenzó a caminar a inicios de noviembre.
Ya en su casa, la que había arrendado hace un mes, Andrea me hace pasar. Es una vivienda humilde de dos pisos, en la cual ocupa el primero; en el cuarto, cuyas paredes están pintadas de blanco y de verde pastel, no tienen más que dos camas tendidas con colchas amarillas, un armario de madera, un televisor sencillo y una pequeña cocina. En el baño encerraron a su mascota, una perra pastor alemán, para evitar que me mordiera. Fue por su hijo Johan David (4 años ), que estaba en la casa de una de sus vecinas, de quien me dijo que era igualito a Danna, lo que comprobé al observar algunas fotografías. El niño se enamoró de la cámara y le enseñé a tomar fotografías en automático. Con Andrea hablé durante aproximadamente una hora, y procedimos a hacer una transmisión en vivo para el diario La Crónica del Quindío, a través de Facebook —Ver en vivo—.
Durante 22 minutos caminamos desde su nueva casa hasta su antigua morada, y ella me contó su historia. Vivía hacía un año en esa propiedad, cuando conoció Rosalba y Maricela; trabó amistad con ellas, y dado que Rosalba era muy buena con sus hijos (les llevaba dulces, jugaba con ellos y se ofrecía a cuidarlos —lo que hizo durante 10 meses— mientras ella trabajaba como empleada en una revueltería y su esposo, Jorge Daniel Sandoval Zúñiga, en oficios varios) le tomó confianza.
Ambas, Andrea y Rosalba, les debían dinero a prestamistas gota a gota. El 1 de diciembre de 2018, Andrea y su esposo salieron a trabajar, y antes del mediodía Rosalba la llamó para decirle que, portando capuchas, los gota a gota habían ido a cobrarle, pero que al no encontrarla habían decidido llevarse la niña.
También le dijo que le habían entregado un número celular escrito en un papel, que le dejaron el mensaje de que debía juntar un millón de pesos para entregárselos en un plazo de 15 días y que le habían advertido que no llamara a la Policía porque, de lo contrario, le pasaría algo a la niña. Andrea, que no le encontró lógica a lo que escuchaba, corrió hacia su vivienda y llamó al Gaula de la Policía, que a eso de las cuatro de la tarde llegó a la casa. Rosalba se puso histérica de rabia al ver a los uniformados, pero se reafirmó en su versión.
Un detective llamado Jair (omitimos el apellido por reserva del sumario) fue asignado al caso, pero su accionar fue tan lento, que dos semanas después Rosalba y Maricela se fueron y no hubo nadie que lo evitara. Para despistar, dijeron que se irían a Ciudad Bolívar, pero uno de los hijos de doña Beatriz (omitimos el apellido por motivos de seguridad), la casera, vio a Kira, la pitbull mascota de Rosalba, por detrás de El Tunal. Hasta ese momento se supo de ellas, la siguiente noticia, dos años después, hacía referencia a que eran investigadas por la desaparición de una mujer en Armenia.
Andrea corrió en busca de una de sus amigas, la señora Nancy García, que vive frente a la vivienda donde se presentaron los hechos, pero lastimosamente ese día ella tuvo que salir muy temprano, pues su padre falleció y había madrugado para realizar los trámites para las honras fúnebres.
En labores de reportería, yendo de puerta en puerta, intenté hablar con otros de los vecinos, pero ninguno quiso entregar declaraciones. Nancy sostuvo que le había sorprendido la noticia, que ella llegó al mediodía y volvió a salir a la una de la tarde, y al regresar, cuatro horas después (5 p. m.), al igual que la mayoría de vecinos, que la habían acompañado al entierro, se enteró de todo lo que había sucedido. Sobre Rosalba y Maricela dijo que nunca llegaron a cruzar palabra, ni siquiera el saludo, y que únicamente las veía salir con la perra.
Al tratar el tema de las coincidencias entre ambos casos, el de Danna y el de Betty, aseguró que cuando las señaladas se fueron del barrio Monteblanco, ella pensaba que las acusaciones eran inventos de la gente. “Pero ya con lo que sucedió en Armenia queda uno pensativo, pues uno se pregunta cuántas cosas más pasarían alrededor de esas personas para poder llegar a tanto; aunque no sé, pues aún no se ha dicho si realmente son culpables en el caso de la señora que está desaparecida”, dijo.
En ese momento estaba en curso la búsqueda. Lo que como periodista me pregunto es si los investigadores también hoy estarán pensativos, autoevaluando la negligencia en la que incurrieron, sin importarles que en el caso estaba involucrada una indefensa menor de edad. ¿Por qué volvieron invisible a madre de la niña?, ¿por qué la menospreciaron?, ¿cuántas veces ha ocurrido esto en Colombia?
Andrea Vera salió en unas contadas notas periodísticas y la Policía Nacional ofreció 20 millones de pesos por información que llevara a dar con el paradero de la niña. Después, el caso de la menor se volvió en una nota de aniversario: “Hoy se cumple un año de la desaparición…, hoy…”, pero las respuestas no han llegado; y hoy, como desde el 1 de diciembre de 2018, la madre de Danna mira en las noches un punto fijo en el techo, sin poder conciliar el sueño, y ¿quién puede hacerlo, si al ser que más se ama se lo han llevado de su lado?
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El exesposo de Andrea, padre de Danna, fue investigado, pues surgió la hipótesis de que había sido él quien se había llevado a la niña. Se hizo un recorrido por el municipio en el que vive, visitando a sus familiares para determinar si la niña se encontraba con alguno de ellos, pero no la hallaron. La duda que hoy tiene es si realmente realizaron bien el trabajo de búsqueda, pues con tantas fallas en el proceso es difícil saber en qué se puede creer. El reloj sigue su marcha y el peso sigue creciendo.
El día de la desaparición, el padre biológico de la niña le dijo a Rosalba Marín que le diera un número de cuenta para consignar el millón de pesos, lo que finalmente no hizo, y nunca más volvió a preguntar por su hija. Ni él ni su familia se han pronunciado al respecto. Andrea, su esposo y sus dos hijos, por problemas con la dueña de la casa y los nuevos inquilinos del primer piso, desocuparon en septiembre de 2020; para Andrea fue muy difícil dejar esa vivienda, pues no perdía la esperanza de que alguien algún día fuera a llevarle su hija, pero ante lo insostenible de la situación, organizaron sus pocas pertenencias y se fueron; sin embargo, una parte de ellos continúa allí entre esas tristes paredes.
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La relación de Andrea con su antigua casera no era la mejor, pues ante su difícil situación económica, no había tenido forma de pagarle algunos meses de arriendo. Por esa y otras razones de índole personal, la de ella y la de la mujer era una relación tirante.
Al terminar la transmisión, Andrea que prefería no encontrarse con Beatriz, esperó en la casa de Nancy, mientras yo intentaba conversar con ella. “Yo por las buenas soy buena, pero por las malas puedo ser la peor cucaracha”, dijo. Me invitó a seguir a la casa y me mostró el pequeño espacio donde vivió la bebé Danna Guadalupe.
“Pienso que ella oculta algo. En este apartamento, dejaba a los niños encerrados con un perro durante horas”, se refería a Andrea. “El día que desapareció, por la mañana vi a la niña acá jugando”, señaló un rincón del patio. También me mostró el piso, el primero de la casa de dos plantas, en el que vivieron Rosalba y Maricela. “Ellas ocultaban algo”, repite, pero ahora refiriéndose a las investigadas. “Ese día, tres horas después de la desaparición, doña Rosalba me dijo que no había nada por qué preocuparse, que a las 4 de la tarde volverían a traer a la niña”, pero desde ese día hasta ese momento habían pasado 22 meses.
Doña Beatriz, que, a pesar de cómo se describe, aparentemente es una buena mujer, me contó que después de la pérdida de la niña se asomaba largas horas por la ventana, con la esperanza de ver que alguien llegara con ella y se la entregara a su madre, pero ese caminante, ese seminarista de los ojos negros nunca llegó.
Dos semanas después de la desaparición de Danna, el 17 de diciembre, día en que se cumplía el arriendo, Rosalba subió al segundo piso, donde vive doña Beatriz, y esculcando su bolso, juntando monedas, le pagó el arriendo. La arrendataria dice que siempre fue muy cumplida en el pago, pero también recuerda graves hechos: “Cuando Tania (una de sus familiares) se casó, dejamos un equipo de sonido en la entrada principal, a la que ella tenía acceso.
El equipo despareció y ella nunca dio respuesta: dijo que para qué lo dejaban ahí; “uno tenía dudas; pero lo que sucedió con la señora de Armenia lo pone a uno pensar”, dijo. Ese día noté que en doña Beatriz pesaba más la molestia con Andrea que las dudas sobre Rosalba. “Dicen que la niña salió corriendo, pero ella apenas estaba aprendiendo a caminar; dicen que se la llevaron los gota a gota, pero ese día no vino nadie en moto, pues yo mantengo pendiente; ellos ya fueron indagados y se confirmó que no habían venido. Los niños permanecían solos y doña Rosalba en ocasiones los cuidada; de la desaparición nunca se habló con claridad y no se llegó a ninguna conclusión, y la mamá tuvo mucha paciencia; si eso le hubiera pasado a mi hija, yo hubiera hecho que me la entregara fuera como fuera”.
Rosalba y Maricela se vieron beneficiadas por una justicia inválida, cuadripléjica, que cuando decidieron huir no las siguieron ni con la mirada. Lo que hoy me pregunto es por qué en ese momento no importó Danna Guadalupe: quienes podrían tener respuesta sobre su paradero se fueron como si nada y portando el riesgo de seguir causando males iguales o peores en otros lugares de Colombia. Doña Beatriz dijo que los investigadores estuvieron en la casa en varias oportunidades, pero no hay registros concretos sobre si hicieron pruebas exhaustivas como la de bluestar o luminol, con las que se revela presencia de sangre.
A los oídos de Andrea llegó una escalofriante versión, que es de las más difíciles que ha tenido que escuchar: que la niña había sido asesinada por Rosalba, que la había descuartizado y que con sus restos había alimentado a Kira. Pero de dicho rumor, surgido en los pasillos de los estrados judiciales, no ha habido evidencias. En aquel tiempo, el caso no recibió el interés ni de los periódicos nacionales ni de los grandes canales, pues pronto fue tirado al frío cuarto del olvido y las posibilidades de esclarecerlo poco a poco se fueron desvaneciendo frente a la impotencia de Andrea.
A Kira ella la describe como una perra mansa que se la llevaba bien con los niños. Cuando Rosalba la sacaba a pasear por el sector montañoso de Usme, los campos donde mientras hacíamos el en vivo observamos que pastaban las vacas, se llevaba a los pequeños para que la acompañaran y ellos aprovechaban para divertirse un rato lejos de la rutina del hogar.
El accionar camaleónico de Rosalba Marín se basa en la mentira; antes de abandonar la residencia de Betty Vallejo, dejó arrojada en el piso de la casa una carta que en una pequeña hoja cuadriculada les había escrito a las autoridades, reiterando su inocencia e intentando desvincular a su hija, Maricela, del proceso.
La carta reza lo siguiente:
Para la policía,
yo sé que irme
es de cobardes,
pero yo no me busqué
esto que pasó.
Ayer les conté la verdad
a los policías, pero ellos
no me creyeron
y yo sé que mi hija
tampoco me va a creer
cuando sepa lo que
pasó; por favor ayúdenla
a salir de este problema,
es la persona más
inocente y sin malicia del mundo,
no la enreden en algo
que ella no tiene ni idea.
Con lo que me dijeron ayer,
yo ya estoy condenada
por algo que…
Quizás las fuerzas no le alcanzaron para escribir las palabras “no hice”, que quedaron perdidas, ahogadas en la oscuridad de su mente.
Terminada la entrevista y la conversación con la dueña de la casa, me disponía a regresar a Armenia. Por último, le dije a la arrendataria, haciendo énfasis en la coincidencia, que su nombre era muy parecido al de la señora desaparecida en Armenia; se quedó en silencio un momento, mirando hacia el piso, con el dedo de su mano derecha sobre la boca y su brazo izquierdo cruzado sobre el pecho, tal vez meditando sobre su suerte. Me acompañó hasta la puerta; después caminé con Andrea hasta su casa, guardé la cámara y el trípode, recogí mi maletín, me despedí de ella y de los niños e inicié el ascenso por las empinadas lomas para abordar un bus que me llevara hasta la terminal de Bogotá.
Más tarde alguien me dijo que hubiera sido más fácil haberme trasladado directamente desde Usme hasta el terminal del sur, pero lo hecho hecho está. Entrada la tarde, demoré tres horas para salir de la ciudad y otras seis para estar de nuevo en la terminal de la Ciudad Milagro, desde donde abordé un taxi y llegué a mi casa.
Después de una investigación que tardó dos meses: 60 días de marchas (en una de las cuales Andrea hizo presencia con sus dos hijos), de velatones, de ofrecimientos de recompensas (diez millones de pesos por parte de su familia y otros diez millones por parte de la Gobernación del Quindío) y de infinitas oraciones, las autoridades lograron dar con el paradero de las dos prófugas. Una se encontraba en zona rural, finca La Inquisición de la vereda Santa Inés, de Palestina, Caldas, la madre; mientras que la hija fue localizada en la ciudadela Cuba, de Pereira, Risaralda, donde atendía en una cafetería como lo había hecho en Armenia; ambas fueron capturadas y les fueron leídos sus derechos. La madrugada del 4 de diciembre, Rosalba decidió hablar y contar todo lo que, según ella, había sucedido.
El viernes 4 de diciembre de 2020, el cuerpo de doña Betty fue encontrado en una cañada del sector del barrio Los Naranjos, muy cerca de su casa. Los investigadores cotejaron su carta dental y confirmaron su identidad. Rosalba, para recibir beneficios de las autoridades, optó hablar y decir cuál era la ubicación exacta del cadáver.
Ese día, con un golpe duro como el de un mazo, se desvanecieron las esperanzas de Claudia y de Sorayda de encontrar con vida a su madre. Sasha, una perra adscrita al Cuerpo Técnico de Investigación, CTI, fue la encargada de corroborar que en aquel punto se encontraba un cuerpo humano. Los investigadores escavaron y efectivamente, metido en dos bolsas de comida para perro se encontraba el cuerpo de la señora Betty Vallejo Reyes, que había sido partido en dos en su propia casa, desangrado en el patio del primer piso y luego trasladado hasta ese paraje para ser sepultado.
Los peores pronósticos se confirmaron; dijo Rosalba que los hechos se habían presentado el martes 8 de septiembre a las once de la mañana; aunque las autoridades señalan que fue el lunes 7 en horas de la noche. La mujer apuntaba a desvincular a su hija Maricela del caso, mientras que los segundos, a confirmar su presencia en la casa el día de los hechos.
Si sucedió el 8 de septiembre en horas de la mañana, Maricela tendría una coartada, pues ese día estuvo laborando en Lucerna, una popular cafetería ubicada en el centro de Armenia, por el sector de la plaza Bolívar; pero si, por el contrario, los hechos se presentaron el 7 en horario nocturno, lo más seguro es que Maricela estuviera en la casa. Aunque las conclusiones no fueron precisas, el quid del asunto recayó sobre si se vinculaba o no a la hija en el proceso; pero resulta difícil de explicar una coexistencia con una mujer que desapareció una niña y asesinó a una mujer, sin que ella se diera por enterada de por lo menos uno de sus delitos.
Pueden ser estos casos la punta del iceberg. Rosalba tiene 52 años y siempre ha vivido como una nómada por Colombia, en especial en el centro del país y aún no se determina cuántas vidas ha cegado. Resulta difícil imaginar la escena dantesca de esta mujer descuartizando a la niña y dándosela a comer a los perros; pero cabe dentro de las posibilidades cuando se interioriza que es ese su modus operandi. Cuando en las primeras indagaciones le preguntaron qué había pasado con doña Betty Vallejo, contestó que unos hombres habían ido a cobrarle una deuda y que la señora decidió huir por no tener cómo pagar. Coincide este argumento con el manifestado en el momento de la desaparición de Danna, cuando intentó culpar a unos prestamistas, que lograron demostrar que no estaban vinculados en los hechos.
¿Pero qué pruebas encontraron las autoridades en el apartamento de Andrea o en la casa que tenía alquilada Rosalba en Bogotá?, ninguna. En el caso de Betty, Rosalba no tuvo manera de ocultarse, dijo que la señora había bajado a hacerle un reclamo y que intentó agredirla, ante lo que ella reaccionó empujándola, con tan mala suerte de que Betty cayó hacia atrás y golpeó su cabeza contra la mesa de la cocina, hecho tras el cual comenzó a convulsionar y sus piernas se estiraron por completo.
Tras esto, Rosalba dijo que entró en pánico y, en su lógica, el paso a seguir fue intentar deshacerse de todo aquello que pudiera implicarla en el delito, por lo que tomó la decisión de descuartizar el cuerpo, para lo que utilizó un machete y una piedra. Con esta última golpeó el arma hasta que partió el cuerpo en dos. Señaló que con temor de que su hija, que se había ido a trabajar a las diez de la mañana, llegara y la descubriera, en el patio de la casa esperó unos momentos que el cuerpo se desangrara y después lavó el patio para que se fueran todas las evidencias. Esto fue difícil porque la sangre se había coagulado.
Por esa razón, cuando el 24 de septiembre entramos en la casa, el olor a putrefacción era tal, pues esa sangre había quedado en el alcantarillado, y ante la falta de uso de las tuberías, pues la casa llevaba varios días desocupada, comenzó a evidenciarse la putridez. Después metió la parte superior del cuerpo en una bolsa de comida para perros y la parte inferior, en otra; las puso en un carrito de supermercado y salió, primero sin el carrito, sin rumbo fijo, pero con la firme intención de encontrar dónde desaparecer el cuerpo.
Contó que al llegar al sector del barrio Los Naranjos, a escasos 200 metros de un CAI de la Policía, vio un señor fuera de una casa de madera y esterilla y le pidió que la ayudara a enterrar dos perros que habían muerto. Comentó que el hombre accedió a ayudarla y que, a cambio de sus servicios, enterrar a los animales en el fondo de la cañada, le pagó 50 000 pesos. Manifestó que llevó una bolsa a las 2:30 de la tarde y la otra, unos minutos después.
Cuando el CTI llegó al lugar lo hizo en compañía de Sasha, una perra con una apariencia que impacta, con un ojo blanco y un ojo negro, y que confirmaría lo dicho por Rosalba. Fue ella la encargada de olfatear y encontrar el punto exacto donde yacían los restos de la señora Betty Vallejo. En primera instancia, antes de las capturas, cuando las autoridades tuvieron conocimiento del caso, procedieron a realizar exámenes en la vivienda utilizando Luminol y encontraron restos de sangre; sin embargo, necesitaban tiempo para realizar los respectivos estudios y determinar si se trataba de sangre de la señora Betty.
Le dijeron a Rosalba que no podía salir de la ciudad, pero esta aprovechó la situación para huir. Se dirigió hacia el corregimiento de Vallejuelo, Zarzal, Valle del Cauca, donde las autoridades se alertaron, pues estando allá, durante la mañana del 11 de noviembre de 2020, intentó asesinar con un bloque de cemento de un kilogramo de peso a una mujer de 85 años, a quien después de ganarse su confianza le había pedido que le alquilara una habitación de su vivienda.
Después de vivir allí durante 15 días, volvía a actuar y estuvo a punto de lograr su cometido, pero la señora Flor Alba González Vera logró defenderse y contó con suerte, pues su hija Consuelo Hurtado escuchó los gritos y corrió a auxiliarla. Descubierta, Rosalba huyó, pero minutos más tarde fue detenida por elementos de la Policía Nacional; sin embargo, esta debió ser dejada en libertad, pues no fue descubierta en flagrancia y en ese momento no pesaba ninguna orden de captura en su contra.
Solo hasta el 18 de noviembre llegaron los análisis de la sangre que fue encontrada por el patrullero investigador Jeison Zapata en la casa de la señora Betty Vallejo y se confirmó que correspondía a la ella. Ese día se emitieron las órdenes de captura y 16 días después fueron detenidas por parte de las autoridades, quienes les leyeron sus derechos.
En ese momento se le acabó la suerte a la hoy condenada, que había huido a Caldas, donde fue capturada: no obstante, sigue escudándose en el argumento de que en el caso de la señora Betty Vallejo todo se trató de un accidente. En las audiencias se sostuvo en esa versión, y no aceptó cargos por homicidio, pero poco o nada habló de la suerte de Danna Guadalupe, evadió el tema y su paradero sigue siendo un misterio. Sin embargo, el general Fernando Murillo Orrego, director de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol, Dijín, sostuvo que en el momento de su captura les habría dicho a los investigadores, de manera extrajudicial, que la niña había muerto tras caer y golpearse la cabeza, que la había envuelto en bolsas y la había arrojado a un caño en el sector de Usme.
El 9 de julio de 2021, Rosalba llegó a un preacuerdo con la Fiscalía y fue condenada a 17 años y nueve meses de prisión por los delitos de desaparición forzada y homicidio agravado. Marisela, por su parte, dijo que no había tenido participación en el hecho e irá a juicio, donde la Fiscalía, basada en las pruebas recolectadas, intentará determinar que sí estuvo en el momento del asesinato.
Las autoridades siguen guardando silencio ante esta negligencia que dejó sin solución un caso que no tuvo amplio cubrimiento de los medios de comunicación y que fue dejado en el olvido, aunque la madre de la niña tocó muchas puertas, buscó desesperadamente quién la ayudara y ha tenido que esperar pacientemente que con el paso de los días lleguen noticias sobre el paradero de su hija o sobre cuál fue realmente la suerte que corrió, pues en realidad no hay nada concluyente, y nadie puede asegurar que en realidad está muerta.
Ambas permanecen recluidas en la cárcel de mujeres Villa María, de Armenia. Dado que el caso de Betty Vallejo y todo lo que este encerraba fue mediático, fueron recibidas por las otras internas entre miradas de reprobación, gritos e insultos, porque la gran mayoría de las damas que están allí son madres y se sintieron identificas con el dolor de Andrea. Hubo conatos de violencia de otras reclusas contra ellas, pero ningún intento de agredirlas pasó a mayores, y poco a poco comenzaron a convertirse en parte de ese paisaje frío del cementerio de mujeres vivas.
No se llegó a determinar por parte de las autoridades si efectivamente tanto Rosalba como Maricela (si estuvo presente) recibieron ayuda de otros delincuentes a la hora de perpetrar el asesinato de la dama, que tendría como objetivo quedarse con todas sus pertenencias, incluida su vivienda; pues dado que la mujer permanecía sola en la casa, habrían concluido que en el momento de su ausencia no se presentarían mayores revuelos y adjuntando algunos documentos con sus firmas podrían iniciar una batalla legal por la propiedad.
Mucho se ha hablado de su relación con el hampa en diferentes departamentos, entre los que se cuentan Caldas, Risaralda, Valle del Cauca, Cundinamarca y Quindío, pero ha faltado firmeza por parte de la justicia colombiana para llegar al fondo del asunto y dar con la verdad. Del paradero de la niña no se ha sabido nada: todo con relación a su caso está rodeado por una intensa neblina que no deja avanzar a su familia en busca de la tranquilidad y la certeza de saber en realidad qué sucedió con la pequeña que el 1 de diciembre de 2022 cumplirá cuatro años de desaparecida.
Cuando Beatriz, la casera, conoció a través de los medios de comunicación lo que realmente había sucedido con Betty Vallejo, sintió un inmenso dolor y por su hermética forma de ser es difícil determinar si habrá cambiado el concepto que tenía sobre la madre de Danna, que aparte de carecer de recursos económicos carga con ese inmenso dolor de desconocer el paradero de su hija, la cual le fue arrebatada de las manos cuando apenas comenzaba a vivir.
Cuando conversé con ella, que manifestó que tenía un hijo en la Policía Nacional, encontré a una mujer llena de dudas que incluso se refirió en mejores términos hacia Rosalba Marín, la victimaria, que hacia Andrea, la víctima; pero esto, claro está, se debe en gran medida a que habría caído en las tácticas manipuladoras que la primera suele utilizar para ganarse la confianza de la gente y avanzar en busca de sus objetivos malvados. No dejo de pensar que tal vez Beatriz se salvó por muy poco de haber sido otra de las víctimas de ese lobo disfrazado de oveja que suele atacar ante la primera señal de debilidad.
Cuando Rosalba y Maricela se trasladaron de la casa de Beatriz hacia el sector de El Tunal, establecieron contacto con algunos de sus amigos residentes en Armenia, donde ya habían vivido en años anteriores y fue entonces cuando decidieron regresar a esa ciudad. Betty ya había tenidos varios inquilinos desde que compró la vivienda del barrio Los Quindos, hacía más de diez años, y con ninguno había tenido inconvenientes hasta que llegaron Rosalba y Maricela, con quienes los roces comenzaron cuando estas decidieron instalar el servicio de televisión por cable, según lo dijo Rosalba en una de las indagatorias en el caso de homicidio.
Según lo manifestó, un día mandó a instalar el servicio, pero a Betty no le gustó que lo hiciera, dado que por el cable se filtraba el agua y esta mojaba la sala de su casa. Ese fue el problema que, según la mujer, habría desencadenado los hechos que terminaron con la vida de la quindiana que fue despedida con una sentida ceremonia a la que pudieron asistir muy pocas personas para respetar los protocolos de bioseguridad y los requisitos de aforo establecidos por las autoridades para las honras fúnebres debido a la pandemia del covid-19.
Según Rosalba, cuando Betty bajó a la primera planta a reclamarle, le pidió, además, explicaciones por una humedad que había en una de las habitaciones, a lo que ella dice que respondió que ya estaba allí en el momento en que tomaron la casa en arriendo. “Ese fue el momento en que se dio el altercado”, dijo. Aún hoy, la asesina se sostiene en la versión de que estaba sola en el momento en el que se presentaron los hechos, sobre lo que no se ha hablado con mucha claridad, añadiéndole más inconsistencias a este proceso, uno de los más sonados en la historia del departamento del Quindío.
El caso de Maricela igualmente llama mi atención, y no dejo de pensar en si realmente estuvo involucrada o sí solo es una víctima más de una mujer trastornada que lleva el luto a donde llega, como lo demostró a su arribo al Valle del Cauca, hasta donde llegó procedente de Armenia, después de asesinar a Betty Vallejo, y pasados unos pocos días, intentó a acabar con la vida de su arrendataria, a quien en un descuido siguió hasta la cocina, donde, cuando estaba de espaldas, la golpeó en la cabeza en repetidas ocasiones con un bloque de cemento, en un flagrante intento de homicidio.
Rosalba presenta evidentes síntomas de una sicopatía, de lo que igualmente se ha hablado muy poco. Esto no le permite tener empatía con las demás personas y por ello no le importa si les hace daño, incluso si le causa la muerte a otro ser humano. Por ello, para alcanzar su objetivo de hacerse a una nueva propiedad, no le importó acabar con la vida de Betty Vallejo; y ante lo infructuoso de su acto, sin ningún tipo de arrepentimiento, vio una nueva oportunidad en tierras vallecaucanas, donde volvió a arremeter para consolidar su propósito. Pero ¿tendrá Maricela realmente culpabilidad en los hechos? Su juicio está en curso y el acervo probatorio, que las autoridades dicen que está en su contra, lo determinará.
El día en que encontraron el cadáver de la señora Betty Vallejo y ante la negativa de las autoridades de, en mi condición de periodista, permitirme conocer detalles sobre el caso de Danna Guadalupe, decidí terminar el trabajo con los abogados, aunque me mantuve en contacto con dos de ellos. Casi tres meses después acompañé a Eduardo Arias en el duro momento que vivió, tras la muerte de sus dos padres por el covid-19: la dama Mery Castaño, el 22 de diciembre, y el señor Marco Arias, el 24 de diciembre.
Los recuerdos vividos en este proceso siempre nos unirán, a pesar de las diferencias que inevitablemente (por el huracán de emociones que encierra una experiencia como la que vivimos) tuvimos en el cumplimiento de ese deber que el destino nos puso en el camino, porque los cuatro somos padres e hijos, y sentimos como propios la muerte de Betty Vallejo y la desaparición de Danna Guadalupe, a quien imagino algún día volviendo a abrazar a su madre, porque aún no hay indicios que apunten a que en la casa del barrio Monteblanco, de la localidad de Usme, se presentó un asesinato.
Con el paso de los días, más hechos se suman al prontuario de las hoy privadas de la libertad. En el corregimiento de Corozal, perteneciente a Sevilla, Valle del Cauca, la madrina de Marisela, Ana Rubiela Cañas, sostuvo que ambas mujeres eran buenas personas, que no tenían problemas con nadie; pero también recordó que cierto día se fueron a vivir a casa de uno de sus familiares, un tío de Marisela que poco tiempo después desapareció sin dejar rastro. Ellas simplemente dijeron que él les había regalado los papeles de la casa y se había ido a pasear; también son señaladas de intentar asesinar a un hombre que les arrendó una casa en el municipio de La Tebaida.
Del tío aun hoy no se sabe nada, al igual que de Danna Guadalupe, cuyo caso, según lo explicó Carlos Peña, fiscal delegado ante el Gaula, aún está en fase de investigación. De ser hallada culpable, Rosalba tendría que pagar entre 50 y 60 años de cárcel, de acuerdo con la Ley 1098 de 2006, “por la cual se expide el Código de la Infancia y la Adolescencia”, que prohíbe conceder beneficios penales a los condenados por delitos contra menores de edad, como reza en su artículo 199.
Los casos aquí tratados son evidencia de las fallas que presentan el sistema judicial en Colombia y los procesos investigativos de instituciones como la Policía Nacional, que se encuentra maniatada y que en ocasiones no puede actuar porque no hay denuncias formales; pero cuyos integrantes, aun teniendo pruebas, como el celular encontrado en poder de Rosalba y Maricela y la evidencia de la presencia de sangre, no caminan la milla extra en busca de la verdad, favoreciendo a la delincuencia y poniendo en riesgo a la ciudadanía. Tal quietud, en ambos casos, fomentó que por lo menos una de las implicadas cometiera otros graves delitos, lo que debe ser analizado a fondo por el Estado colombiano.
¿Dónde está la niña Danna Guadalupe Vera? Como lo reseñamos, el mayor general Fernando Murillo Orrego sostuvo que en el momento en que fue capturada Rosalba dijo que la había arrojado a un caño, pero de esto no hay evidencia, como no hay de la versión de que Kira fue alimentada con los restos de la pequeña. ¿Qué dice ese mismo Estado que debe cuidar a sus niños sobre el paradero de la menor?, ¿cómo le va a responder a su madre por tamaña negligencia que desembocó en más crímenes?
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Ese frío 6 de octubre salí hacia Armenia, dejando atrás a Bogotá y sus montañas tapizadas por colonias rojizas, frías como un cementerio, que forman laberintos que se tragarían a cualquier hombre y más a una pequeña niña cuya suerte a muy pocos parece importarles. No puedo negar que recuerdo esa travesía como si fuera ayer, que no olvido a Sasha, con su mirada que encierra un enigma, con su ojo blanco de Cerbero y su ojo negro que contiene tinieblas, y que pienso en Kira, que si pudiera ser humanada, tal vez contaría toda la verdad; ambas son protagonistas de esta historia.
Tampoco puedo negar que este caso me marcó y que, en las noches envueltas por penumbras, cuando miro por largas horas, ayudado por ese diminuto rayo de luz de luna que se cola por un resquicio, el techo de mi habitación, siempre han de volver a mi mente esas dos perras mostrando sus afilados dientes.