La fantástica historia del Hombre Bala

Aunque no llegó de Kryptón, ni fue picado por una araña radiactiva o no es un magnate con traje de murciélago, Israel Gasca también es un superhéroe: es el Hombre Bala.

El 20 de septiembre de 2009, en un grave accidente, el mexicano estuvo a punto de morir. Tras elevarse once metros y avanzar ocho más, su cuerpo se precipitó al suelo, lo que le causó múltiples fracturas y daños en su bazo y un riñón. Ese día perdió toda su sangre, y con el líquido con la que la reemplazaron sus poderes aumentaron. Esta es una historia de la vida real.

Parte I. Nacimiento
Una tarde tranquila de hace treinta años llegó al planeta Tierra un pequeño niño que desde que nació tenía el cabello hasta los hombros. “Pesa como plomo”, dijo el médico en el momento en el que lo tomó por los pies y se lo enseñó a sus padres. 

El diminuto ser humano se quedó rígido como un soldadito de plomo, observó cada uno de los rincones de la sala de parto y estuvo cómodo es las manos del médico, mirando todo desde las alturas, pero cuando lo pusieron al lado de su madre fue evidente que se sintió en un regazo de paz.

 Había llegado a una familia circense. Lo pusieron en el molde en el que habían puesto a los demás miembros de su estirpe. Entre piruetas, animales y las risas de los payasos, sus padres se abrazaron y juntos dispararon una sonora frase: “¡Qué hermoso bebé tenemos!”.

Parte II. Juventud
Pronto el pequeño creció y ya no fue tan pequeño. Su velocidad era sin igual, y cuando corría solo se miraba su lejana estela, y como muestran en las películas o en las tiras cómicas, era común verlo estrellado contra una pared. 
Tras el impacto el sonido retumbaba en la casa que ocupaba, pero más demoraba en caer que en volverse a parar y emprender su viaje. 

Los payasos lo querían atrapar, los tigres lo querían cazar, los equilibristas y trapecistas lo querían capturar, pero era difícil alcanzarlo entre bejuco y bejuco y en la tela de la araña.

Sabía que llevaba el circo en la sangre, pero también sabía que primero se tenía de formar. Pronto, al mejor estilo del circo, un payaso le dio una patada de esas que saben dar y lo percutió directo a Estados Unidos.

 Tras cruzar los aires, a la velocidad de un avión, impactó en el país del norte, donde dio justo en el blanco al que apuntó su familia, porque querían que allí estudiara para ser un hombre preparado. 

Sin embargo, rápidamente descubriría que estaba listo para adueñarse de la carpa, a pesar de que el vox populi en su familia era: ¡No le veo alma de cirquero! ¡Es una bala perdida!

Parte III. En el circo
Eso no le gustaba para nada, y cuando escuchaba esa frase sentía cómo su sangre se ponía al rojo vivo, bueno como es siempre, y su ira quería estallar, pero se sabía controlar.

No deseaba ser otra cosa, pues su vida era el circo y consideraba que si seguía el camino que ya había decidido tomar llegaría lejos, tan lejos que incluso nadie lo podría ver. Pero eso no era lo que deseaba.

Soñaba que todos lo vieran y que cuando los iluminara con su estela, los niños quisieran ser como él. Sus ideas tenían gran peso, pesaban como el plomo, y al comprender la materia de sus pensamientos, una verdad retumbó en su cabeza y susurró para sus adentros: “Soy el Hombre Bala”.

 
Parte IV. Plomo en las venas

Su cabeza era el plomo, su cuerpo el casquillo, y el deseo de demostrar quién era se convirtió en su arma. Antes de ingresar en el cañón y elevarse más de 20 metros tenía que aumentar su valentía, pues, aunque siempre había sido un adicto al riesgo, para lo que se preparaba tenía que tener los nervios de acero. La decisión estaba tomada.

De nada valieron los ruegos de sus padres, de nada valieron los consejos de su primo. No había llegado de Kryptón, no estaba hecho de acero, pero ahí estaba el descomunal automóvil, con un inmenso cañón. No lo había visto en sus sueños, pero sabía que un día iba a estar frente a él y, más aún, comprendía que pronto estaría dentro de él.

Quiso ser nigromante y saber qué iba a suceder; pero también quiso que el destino llegara como siempre lo sabe hacer, sin previo aviso, con desdén, acompañado por quién sabe quién y con quién sabe qué, como dirigido por los hilos mágicos de Schopenhauer.

En sus ojos vieron el brillo metálico. No vieron los crisoles, no observaron los matraces, no estaban en un laboratorio, pero sin duda alguna hasta allí había llegado la magia de la alquimia. El proceso estaba culminado, y de entre una humareda surgió un ser distinto. Todos se acercaron, lo rodearon, no lo podían creer. Alguien preguntó ¿quién es? Todos respondieron: “Es el Hombre Bala”.

Parte V. Es riesgo
Pronto voló. En sus pies sintió el impacto. Tenía que estar más rígido que un militar, y, en la pose de una estatuilla del premio Óscar, esperar la violenta sacudida que lo llevaría de la oscuridad del cañón a la luz de los aplausos.

El viento, mágicamente, se convertiría en una suerte de estilista, y en el momento en el que tocara la red estaría perfectamente peinado, con sus cabellos largos y brillantes jugando con las luces, antes de saltar de la red y, tras una media vuelta en el aire, tocar el suelo y, con las brazos extendidos, reclamar el cariño de la gente.

Era una bala distinta, de esa especie tan extraña como un oso malayo, un gato esfinge, un mono sin nariz de Myanmar, un político honesto, un sacerdote que predique y aplique o un periodista sin bohemia.

Era una bala transformadora. Quienes odiaban el sonido de las armas y sentían un dolor en sus pechos con el estallido de la guerra, extrañamente a él lo miraban con cariño e incluso muchos lo querían abrazar.

Eso lo hacía sentir muy bien y provocaba que se emancipara del miedo, que olvidara los pensamientos recurrentes sobre un accidente, en el que se precipitaba desde las alturas. Con la seguridad que caracteriza a los hombres de su tipo, a todo aquel que lo cuestionaba le decía: “Nunca me va a pasar”.

Parte VI. Se soltó el diablo
Sin embargo, en el año 2009 escuchó en Cali los acordes de una triste salsa, y más tarde lamentaría que nadie le murmurara al oído aquella frase que los cirqueros a la vez odian y aman escuchar: “Se soltó el diablo”.

Era un día normal. La gente ingresaba a la carpa. Israel estaba feliz y quería que lo dispararan cuanto antes. Unos hombres ubicaron con gran velocidad la red que lo recibiría en el momento del vuelo, y él inició su ascenso hasta once metros de altura, donde, desde la punta del cañón, levantó sus brazos y saludó a su público.

El ambiente era propicio. La cúpula del circo, como siempre, apuntaba hacia el cielo, y él estaba arriba y se sentía el dueño de un mundo que ahora estaba a sus pies; entró al cañón y, mientras se deslizaba por el cilindro que lo dispararía a presión en busca de la superficie, vio como la luz del orificio de salida del tubo se extinguía; pronto todo fue oscuridad. 

No recuerda nada, pero en los distintos circos del mundo, los demás hombres bala revisaron con nerviosismo sus equipos, los trapecistas se percataron de que las cuerdas estuvieran bien atadas, los domadores miraron con temor a los tigres, y los motociclistas, antes de ingresar al Globo de la Muerte, duplicaron su número de bendiciones, pues por todo el planeta estalló una inquietante noticia: “Se soltó el diablo”.     

Parte VII. Renacer
El rumor de la salsa fue opacado por el estridente sonido de las sirenas de las ambulancias. Él solo recuerda cómo se extinguió la luz cuando entró el cañón, pasando del tamaño del mundo al de la punta de un alfiler y de ahí a la nada.
 Estuvo rígido, como un muñeco de plomo, y aunque que agitó sus brazos, y quiso ser el hombre de acero para volar sin el impulso de un arma, cayó en la arena ante el estupor de su público.

Al principio no lo sintió, pero tenía cinco huesos astillados, y destruidos el bazo y uno de sus riñones, y por hemorragias internas habían reemplazado su líquido vital con más de 30 bolsas de sangre. Del estado de gracia había pasado al estado de coma; había hecho blanco en el mundo.

Nadie creería que solo nueve meses después estaría nuevamente surcando los aires y sintiéndose más, mucho más fuerte. Aquel día nació una leyenda y se dice que sus poderes aumentaron, pues ahora por sus venas solo corre sangre colombiana.

Por Oliver G.S.

Publicada originalmente en La Crónica del Quindío (5/5/2013)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *