¿Por qué el alcalde de Salento no permite que el gobernador construya allí un nuevo hospital?

El gobernador del Quindío, Juan Miguel Galvis, quiere construir un nuevo hospital para Salento. Tiene todo listo: el diseño arquitectónico aprobado, el aval del Ministerio de Salud, la financiación garantizada a través de Obras por Impuestos con Autopistas del Café y, sobre todo, la voluntad política del Gobierno departamental. Solo falta una cosa: que el alcalde del municipio lo permita.

Es una realidad desconcertante: ¿debe un gobernador rogarle a un alcalde para que deje construir un hospital en su propio municipio? Esa es la situación que hoy enfrenta el Quindío. En su más reciente columna en La Crónica del Quindío, Galvis lo dijo sin rodeos, pero con respeto: si Salento no tiene nuevo hospital, no es por falta de recursos ni de gestión, es por falta de voluntad.

El asunto duele aún más si se entiende desde lo personal. El gobernador nació en el viejo hospital San Vicente de Paúl, ese mismo que hoy intenta reemplazar. Recuerda cómo su madre, entonces alcaldesa, hacía esfuerzos por dotarlo de recursos. Recuerda incluso las escenas domésticas de infancia, cuando los niños se escondían para no ser vacunados. Pero también reconoce que el municipio ya no es el mismo: el turismo ha crecido, la población ha aumentado, y la precariedad del sistema de salud local ya no resiste una demora más.

La Gobernación ya hizo su parte. Entregó los diseños arquitectónicos y logró su aprobación nacional. A la alcaldía le correspondía adelantar los estudios complementarios. En enero, el municipio pidió un convenio con la empresa Proyecta para avanzar, luego de que no prosperara un primer intento con EDUR. Todo iba bien, hasta que el 31 de marzo el proceso se detuvo abruptamente: la administración municipal decidió no continuar, sin explicar por qué.

La gerente de Proyecta, Lina Marcela Roldán Prieto, lo confirmó ante el Concejo Municipal: todo estaba listo, pero no los dejaron seguir. ¿Por qué? Nadie lo ha explicado con claridad. Lo cierto es que, en lugar de señalar, el gobernador ha optado por insistir. No hay pelea, hay ruego. No hay politiquería, hay urgencia. No se trata de una obra para lucirse, sino de una infraestructura que podría salvar vidas.

Lo grave es que este no es un caso aislado. En días pasados, Galvis también tuvo que enfrentar reproches del alcalde de Calarcá por haber propuesto una evaluación técnica al puente Helicoidal, escenario reciente de una tragedia con once muertos. En vez de agradecer el gesto de prevención, lo atacaron. La historia se repite: un gobernador que propone soluciones y unos alcaldes que, por razones aún difusas, se niegan a avanzar.

¿En qué clase de territorio un gobernador tiene que rogar para mejorarle la vida a su gente? Aquí, en el corazón de Colombia. Aquí, donde a veces parece que hacer las cosas bien fuera el mayor pecado.

Y por eso, Galvis no acusa: pide, insiste, casi suplica: que lo dejen construir, que lo dejen cumplir, porque negar un hospital cuando todo está listo, cuando el país entero habla de salud digna, no es una omisión: es un acto imperdonable.

GS Oliver

Comunicador social – periodista

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